Elvira

o pequeño ensayo esotérico sobre la sublimación

 

Dicen algunos supersticiosos, entre los hombres más abocados a la vida del compositor, que fue uno de los primeros iniciados en lo surrealista, sin haber todavía, en su época, registros de lo que después llamaríamos inconsciente espontáneo, o siquiera un esbozo del vasto universo de las estructuras simbólicas y la psicología analítica.

Las únicas pruebas que tenemos de la veracidad de todo este relato son algunas cartas que, durante algunos meses, se correspondieron este hombre y su hermana, con quien mantenía una asidua comunicación. Por discreción, y tal vez por mi propio fervor hacia su efigie, solamente parafrasearé algunos fragmentos ya que en dichas misivas abundan las obscenidades y los vulgarismos del genio. Se me ocurre que esto solamente podría menoscabar la memoria de este hombre pequeño (acaso todos lo somos en más de un aspecto), su conspicuo talento y su extensa y maravillosa obra musical.

Durante la última etapa de su vida, la situación económica del compositor no fue feliz. Debido a distintas enfermedades que le acaecieron, se vio obligado a dejar de brindar conciertos por algunos años. La ciudad de Viena, en la que residía y había sabido ser tan generosa con él en otros tiempos, comenzaba a perder interés en sus obras. En este contexto, tuvo que mudarse, con su esposa e hijos, a una modesta vivienda burguesa en los alrededores de la gótica ciudad de Alsergrund. No obstante, las deudas y responsabilidades del afamado compositor lo siguieron hasta aquel pueblo. Enfermo como estaba, se comprometió a una cantidad de trabajos que lo excedían por completo. Si bien su talento le permitió cumplir con todos los encargos, él nunca estuvo conforme con muchos de los resultados y, obsesivo como era, continuó corrigiéndolos aun después de haber sido efectuada su entrega.

Como se evidencia en sus cartas, durante varios años, el hombre había mantenido una relación amorosa en secreto con la criada y niñera de sus hijos. Y fue también en este período en que debió renunciar a la relación amorosa que había mantenido en secreto con la criada y niñera de sus hijos. Como se evidencia en sus cartas, y siéndonos imposible saber si su esposa tenía conocimiento de esto, el romance llevaba ya varios años. Sin embargo, al no poder pagarle, el matrimonio tuvo que dejarla ir. Unos días después, la joven murió en un accidente de carro, mientras viajaba desde Alsergrund hacia su nuevo trabajo. Lo único que se sabe de ella, por puño y letra del compositor, es que era una mujer devota, pasional y no por eso menos noble. Según sus propias palabras, esa mujer tenía “el don de tocar mis fibras más sensibles y sacarles sonidos tan hermosos que ni yo mismo podría imaginar¨. Contradictorio y pueril, acaso un poco obtuso, también decía de esta jovencita que era la mujer más fea que había visto.

Sumido en una profunda depresión y un constante padecimiento físico por la partida de su “alma gemela”, como solía él mismo definir a la institutriz de sus hijos, sufría de insomnio, trastornos, delirios y algunas alucinaciones. Según lo que está referido en su correspondencia con su hermana, es en ese momento en que comienza a perseguirlo una serie de imágenes durante sus breves lapsos de letargo.

En realidad, la imagen es una sola, sempiterna.

“Un cuadro o, mejor dicho, la ausencia de un cuadro”, en una de las paredes de su estudio. Esta ausencia estaba grabada en el estuco por su podredumbre, y acentuada por el moho y la suciedad que la recubrían. Lo hostigaba en sus escasas horas de sueño y también en la vigilia. Aquella mancha aparecía por momentos al levantar la cabeza de su pianoforte, para desaparecer unos instantes después, y así.

Solía despertarse repitiendo unas palabras en latín –tal vez alguna reminiscencia de las lecciones de su edad temprana– que durante el día no podía apartar de sus pensamientos. Como era su costumbre, como un ejercicio cotidiano, no tardó en darse cuenta que cada una de estas palabras hacía referencia a una nota musical: functus-officio desideratum lato-sensu facto detritus, functus-officio, desideratum, lato, una y otra vez, efe, de, ele, efe, de, y otra vez más y, de repente, las notas comenzaron a dibujarse en su imaginario: fa, do, la, fa, do. Por asociación libre, comenzó a escribir una de sus sonatas para piano más recordadas. Las primeras cinco notas de la melodía principal del segundo movimiento se corresponden con estos vocablos y la pieza lleva su nombre.

Algunos atribuyen a esta composición un encanto sobrenatural. Otros fanáticos de la metafísica aseguran que, entre cada una de las notas de la melodía (la del segundo movimiento, específicamente), vibra la presencia del espíritu de aquella joven sensible y desafortunada. El recuerdo de ella, su añoranza, sería tal vez lo que atormentaba al compositor durante el tiempo en que escribió esta magnísima obra. La ausencia del cuadro sería entonces la muerte o la partida corpórea de aquella chica. De su muerte, no hay registros de que él se haya enterado. La pared sería él mismo; el moho y la suciedad, entonces, estarían impregnados en su ser, en su cuerpo o en su alma quizás.

Lo que acosaba, inequívocamente, a este prolífero artista no era la imagen en sí, sino su actitud impasible, apática, ante esta. En las cartas que datan de ese período de su vida, no hay indicios de angustia, de remordimiento, de consternación o de ninguna otra sensación de ese tipo en su interior. Durante sus sueños, solía argumentar, él simplemente se quedaba observando cómo la deteriorada pared continuaba allí, sin sentido. Y eso le resultaba inconcebible, desde cualquier aspecto.

Ahora bien, dejando de lado el escepticismo, consideremos esto: el sonido es un fenómeno de ondas elásticas que se propagan a través de una transferencia de energía; nuestro cuerpo mismo es energía; nuestro ser es uno de los más fenomenales conductores de energía. Muchos filósofos aseguran que, a través del contacto físico (el tacto, la mirada, la combustión de las almas), una parte de nuestra energía corporal y espiritual queda impregnada en el otro por no menos de siete años.

La sonata mencionada ha sido reproducida una infinidad de veces a lo largo de casi doscientos años desde su creación, a través de las diferentes épocas que han ido transformando el mundo, y la frescura de cada una de sus notas y silencios sigue intacta. La desolación, la ternura y el horror siguen vivos allí. Esa simpleza con la que logra expresar una infinidad de sentimientos complejos, oscuros, enmarañados en un universo de sonidos tan luminoso, travieso, casi infantil, sigue cautivándonos. Esto es sabido: todos la hemos escuchado. Y más: la mayoría de las personas (nueve de cada diez, precisamente) suele escucharla antes de dormir.

Cada una de esas veces, también, usted nota algo extraño quizás, ya sea que esté recostado en su cama, o sentado en su escritorio, o en un café, con los auriculares puestos, o en el sillón de la sala de su casa. Sí, todos lo notamos. No puede evitar usted la sensación de estar siendo observado, de que hay algo o alguien rondándolo, con sus ojos posados en usted. Y no quiere moverse quizás, pero recorre con la mirada los espacios a su alrededor, las paredes, en busca de una cicatriz mohosa sobre alguna de estas, o los espejos, en busca de una sombra o un rostro que no conoce realmente. Tiene cierta seguridad de que no hay nadie allí, así como una cierta seguridad de que algo espeluznante lo acecha. La sensación persiste. Por supuesto, usted no hará nada, aunque eso no quiere decir que no esté allí, esa energía, esa podredumbre. No se preocupe. Nadie nunca sintió ni vio nada, pero ya está dentro de usted. La sugestión propia, dicen, es la mejor de las ilusiones.

El automatismo que inspiró esta obra, la sonata para piano N.º 21, más precisamente el segundo movimiento, que lleva el nombre de una mujer, permitió que convergieran tanto su deseo como el devenir ajeno. Esto propone una idea surrealista de su creación. A través de los pensamientos detrás de sus pensamientos, logró la representación de esa realidad y de sus diferentes alteraciones como un todo en el que cada uno de los elementos individuales estaban estrictamente relacionados. Y descuide. Volverá a escucharla, una y otra vez. Y, aunque sienta su presencia de manera consciente ahora, ella no le hará nada. No se hará presente. Solamente quiere escuchar, como todos nosotros… quiere sentirse amada.

 

 

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