El viejo (teatro)

o un acto violento, o no mires en el espejo la cara que no sabrás reconocer

 

INTERIOR. MEDIANOCHE. LUZ TENUE. Fondo de un local de reparación de objetos antiguos en una calle anónima de la ciudad. Del pasillo que conecta el fondo con el frente del negocio, salen el Viejo y Ariano.

 

Ariano (se tropieza): ¡Pero la puta madre…!

Viejo (acercándose a su amigo): ¿Estás bien?

Ariano (encorvado, molesto): Sí, dejame… ¿No vas a poner nunca una luz ahí vos?

Viejo (encogiéndose de hombros): Hay, pero nunca la prendo. Disculpá…

Ariano: Me jodés… 

Viejo: No. Es la costumbre. Me conozco de memoria ese pasillo. No la necesito.

Ariano (todavía encorvado, señalando la pierna izquierda del Viejo): Y con esa renguera que tenés además...

Viejo: Perdoná…

Ariano (se pone derecho): Me cago en Dios. Ya está, ya está. Estoy bien.

 

Ambos siguen caminando.

 

Viejo (dejando pasar adelante a Ariano): Dale. Sentate…

 

Se acercan a un escritorio ubicado en el justo medio del lugar, repleto de estanterías y chatarra. Del escritorio, se desprende esa luz tenue que llena de sombras los espacios. Ariano se sienta primero. Se acomoda con las piernas abiertas y la manos apoyadas en sus piernas. El viejo sigue hasta el lado opuesto, posa su bastón sobre el borde del escritorio, hace a un costado algunos objetos y papeles y se desploma, echándose para atrás. Suspira y se rasca la frente. Unos segundos después, se inclina hacia delante, poniendo los codos sobre el escritorio y sus manos alrededor de su boca.

 

Viejo: ¿Nunca viste una película con los subtítulos a destiempo?

Ariano: Sí, lo intenté, pero no pude. La tuve que sacar después de unos minutos. Me dolía la cabeza.

Viejo: Yo la dejé. Me pasó hace poco. Se desfasó por la mitad y quería terminarla… Deja una sensación muy fea, ¿viste?

Ariano: Es espantoso.

Viejo: Era francesa igual, pero eso creo que es lo que lo hizo peor. Entendía lo que se decía, lo que pasaba, pero están esas letritas que uno igual espera, y no salen… Y entonces no podés prestar atención a lo que pasa en el momento, y cuando llegan las letritas, aunque ya sabés lo que van a decir, las querés leer y no podés enfocarte tampoco en lo que pasa en el momento siguiente, y así…

Ariano: ¿Tan buena era la película?

Viejo (haciendo un gesto con la mano, volviendo a reclinarse): No, no. Pero estaba empecinado.

Ariano: Ganas de torturarte nomás.

Viejo: Vos lo dijiste… Pero, en un momento, empecé a pensar que esa era una perfecta metáfora de cómo fue mi vida.

Ariano: ¿Fue?

Viejo: Bueno… la cosa es que yo creo que siempre supe lo que iba a venir y eso nunca me dejó disfrutar el presente. Siempre quise anticiparme a las cosas, o volver atrás dos minutos, un día, meses, años, y nunca me permití disfrutar el momento en el que pasaban esas cosas. ¿Nunca te sentiste así?

Ariano: Toda la vida, viejo.

Viejo: Y ¿cómo hacés…?

Ariano: Saco el subtítulo… Pase lo que pase.

Viejo: …

Ariano: No queda otra…

Viejo (moviendo la cabeza): No. No puedo hacer eso yo.

Ariano: ¿Nunca hiciste lo que quisiste?

Viejo: Siempre hice lo que se suponía que tenía que hacer.

Ariano: ¿Y Clara?

Viejo: ¿Qué pasa con Clara?

Ariano: ¿Es tu deber estar con ella?

Viejo (rascándose su barba): No… Clara fue una elección sensata.

Ariano: …

Viejo: La amo. De verdad. No puedo pensar mi vida sin ella, pero fue la elección más sensata en su momento.

Ariano: ¿Y qué hubiera sido insensato?

Viejo: …

Ariano: ¿No querés traer algo para tomar mientras pensás?

Viejo (comienza a levantarse con torpeza): Dale. ¿Algo en especial?

Ariano: Lo que tomes vos. Como siempre.

Viejo: ¿Con o sin limón?

Ariano: Como te lo hagas vos.

Viejo: Voy.

 

El Viejo se dirige hacia una pequeña cocina que hay entre el frente del negocio y el pasillo, un espacio blanco compacto en el que entran una cocina, una pileta, una heladera y una mesada, con todas las cosas en absoluto orden, aunque con una suciedad ociosa.

 

Ariano (gritando): Estás mejor de la pierna, ¿puede ser?

Viejo (gritando también): ¡No te escucho!

Ariano: ¡Que estás mejor de la pierna, digo!

Viejo: Ah… ¡A veces! ¡No te creas!

Ariano: ¡Yo te veo mejor! ¡Te dejaste el bastón!

Viejo: …

Ariano: …

Viejo: ¡Esperá que no te escucho! ¡Ya vuelvo!

Ariano: ¡Dale!

 

Vuelve a entrar el Viejo desde el pasillo, con paso apresurado a pesar de su pierna mala y con dos vasos en la mano.


Viejo (deja los vasos sobre el escritorio): Acá estoy.

Ariano (agarra el vaso más cercano a él): No, pero si parecés otro, viejo. Casi te diría que no te hace falta el bastón. ¿En qué estás?

Viejo (sentándose, cansado): Drogas duras.

Ariano (sonriendo): Sí, se nota… Yo no sé cómo no te matás en ese pasillo. Cada vez que paso por ahí, me tropiezo con algo.

Viejo: Es la costumbre. Me lo conozco de memoria. Es mi lugar en el mundo.

Ariano (señalando todo a su alrededor con su mano libre): ¿Esto?

Viejo (tocando su pierna izquierda, con un gesto de molestia): Sí… Ah… Me cuesta igual, cuando me siento…

 

Ambos beben un sorbo, inclinados hacia delante.

 

Ariano: Está muy rico… Muy rico. ¿En serio me decís que este sucucho lleno de cacharros es tu lugar?

Viejo: Son objetos antiguos…

Ariano: Por eso te sentís tan mal…

Viejo (mirando alrededor): Me gusta. Acá atrás tengo mi escritorio, mis cosas, mis escritos, mis herramientas, tengo todo lo que necesito.

Ariano: Huele a humedad esto, viejo. Y no hay luz.

Viejo: A mí me gusta esta media luz. Me mantiene alerta. Arreglo cosas que la gente necesita también, soluciono urgencias…

Ariano: Urgencias… ¿creés en eso todavía?

Viejo (encogiéndose de hombros): Ayudo.

Ariano: ¿Cuánta gente cruza la puerta del local por día?

Viejo: …

Ariano (volviendo a reclinarse): Yo me sentiría culpable…

Viejo: ¿Te sentís culpable?

Ariano: No, no. Yo, en tu lugar, con Clara esperándote en tu casa, sola, me sentiría culpable.

Viejo: Otra vez… la misma cantinela…

Ariano: Perdoná, viejo, pero es así...

Viejo (se rasca la barba): …

Ariano (alzando su vaso en el aire): Bueno, salud.

Viejo (alzando su vaso también): Salud.

 

Ambos beben un sorbo largo.

 

Ariano: Igual… Al final, nunca me dijiste qué es lo que hubiera sido insensato en vez de estar con ella.

Viejo: … ¿Te acordás de Victoria?

Ariano (alzando su cabeza hacia el techo): Uh…

Viejo: Y sí… vos me preguntaste…

Ariano: Sí, me acuerdo, claro, pero fue hace mucho tiempo eso. Uno de los últimos cuentos que escribiste, ese de la chica de las manchas, es sobre ella, ¿no?

Viejo: ¿Lo leíste?

Ariano: Sí, apenas salió el libro.

Viejo: No me dijiste nada, ¿no te gustó?

Ariano: Te digo ahora.

Viejo: …

Ariano: ¿Es sobre ella?

Viejo: Siempre… por lo menos siempre que me sale bien suele ser sobre ella. Victoria hubiera sido lo más insensato y estúpido que podría haber hecho en ese entonces, y todos los días me arrepiento de no haberlo hecho. Y, después… después apareció Clara.

Ariano (moviendo la cabeza): Pobre Clara.

Viejo (agachando la cabeza): Pobre…

Ariano: Te quiere mucho, ¿sabés? A pesar de que te pasás las noches acá, con todos estos cacharros, o conmigo.

Viejo: …

Ariano: Aunque no me mires, no deja de ser verdad…

Viejo: Yo también la quiero mucho. Ya te lo dije. No me creés, pero la amo. Y, en todo caso, ya te tiene a vos…

Ariano (haciendo un gesto de extrañeza): ¿A mí?

Viejo: Sí. Sos su amigo mucho antes de conocerme a mí, ¿o no?

Ariano: Bueno, sí… pero no es lo mismo…

Viejo: …

Ariano (apuntando hacia el viejo con el vaso, luego llevándoselo a la boca): Yo la noto preocupada.

Viejo: Bueno, vos sabés lo que yo la quiero. Me dan ganas de llorar a veces.

Ariano: ¿Ganas de llorar?

Viejo (encogiéndose de hombros): Sí.

Ariano: ¿Y no preferirías estar con ella en vez de ponerte a llorar?

Viejo: ¿Y vos qué harías?

Ariano (haciendo un gesto de desinterés con los hombros): Yo me arreglo… siempre me arreglo, ya sabés. 

Viejo: Sí, ya sé. Es complicado igual…

Ariano: …

Viejo (inclinándose hacia delante y dejando el vaso sobre el escritorio): Al principio, cuando empezamos a convivir, me di cuenta de que hablaba todo el tiempo… todo el tiempo. Pero me gustaba, y me gusta. Me gustaba que me hablara antes de dormir, como si me contara un cuento. Ya no lo hace mucho. Y después me di cuenta de que ese “todo el tiempo”, era todo el tiempo. Dice todo lo que se le pasa por la cabeza, siempre, habla sola, se pregunta cosas, hace afirmaciones, putea, todo. Y es una locura… es como estar adentro de su cabeza, siempre. Y pasado el tiempo me fui acostumbrando, y a veces hasta yo me hablo solo cuando estoy acá, me leo en voz alta, y esas cosas…

Ariano: ¿Y entonces?

Viejo: Me cuesta últimamente.

Ariano: ¿Qué cosa?

Viejo (restregándose el rostro con una mano): Estar con ella, hablarle, demostrarle que la quiero.

Ariano: …

Viejo (tomando el vaso nuevamente): Es complicado…

Ariano: Contame. Soy un tipo inteligente.

Viejo (bebiendo un sorbo primero): Es que si me acostumbro a esas cosas, después la extraño, y hago que ella me extrañe, y no quiero hacerla pasar por eso, que tenga esa sensación en el pecho de que te falta algo. 

Ariano: …

Viejo: No me gusta que la gente me extrañe, o extrañar yo, y me distancio.

Ariano: ¿Y conmigo no te pasa?

Viejo (sonriendo): Vos sos un mal necesario…

Ariano (sonriendo): Mirá vos…

Viejo: … Y el que viene sos vos. Cuando te aburrís del hospital, o te sentís mal…

Ariano: ¿Mal?

Viejo: En un buen sentido, claro. Porque vos y yo nos entendemos…

Ariano: …

Viejo: ¿O no?

Ariano: Pero claro, viejo. Tanto tiempo juntos… Por lo menos eso, ¿no?

Viejo (moviendo la cabeza): Por lo menos…

Ariano: Está muy rico esto. ¿Le hiciste algo diferente?

Viejo (haciendo un gesto con los dedos): No, como siempre, tiene un poco más de graduación nada más. 

Ariano: Muy bueno.

Viejo: Me alegro, amigo.

 

Se quedan en silencio unos minutos, bebiendo.

 

Ariano: ¿Y nuestra editora qué cuenta?

Viejo: Quiere que escriba otras cosas, con pensamientos más… felices…

Ariano: Bueno, vos siempre fuiste un poco…

Viejo: ¿Te parece?

Ariano: Bueno. Te sale así… pero lo hacés muy bien.

Viejo (sonriendo): Gracias. No te creo, pero gracias.

Ariano: Vos no le creés nada a nadie. Y, a nuestra editora, ¿le contaste algo de todo esto?

Viejo: ¿De qué?

Ariano: De que no querés verla a Clara para no extrañarla, por ejemplo.

Viejo: No es mi psicóloga.

Ariano: Bueno, pero viste que siempre hay una mística en la relación del escritor con su editor. Editora, en este caso.

Viejo: ¿Y qué me querés decir con eso?

Ariano (inclinando la cabeza hacia un costado): No, viejo… Yo soy médico nomás… No sé nada de eso. 

Viejo: ¿Estuviste con ella también?

Ariano: No, no. Nunca hubo nada. Hizo un buen trabajo con mis libros igual.

Viejo: Y… se venden bien, ¿no? ¿Sabés cuánto saqué este semestre de regalías?

Ariano: No, a mí esas cosas no me interesan… Para mí, es un pasatiempo. Acá el escritor sos vos.

Viejo: Porque te va bien no te interesa.

Ariano: …

Viejo: Es así…

Ariano (inclinándose hacia delante): Pero vos me dijiste: “¿Estuviste con ella también?”, como si hubiera estado con todas…

Viejo: Y… un poco sí… No me mires así. Es la verdad…

Ariano: Ojalá, amigo. Pero, en serio, a la mujer esta, nuestra editora, ¿no le contás cosas?

Viejo: Apenas si te las cuento a vos, y me arrepiento.

Ariano (sonriendo): Lo bien que hacés…

Viejo: …

Ariano (apoyando el vaso sobre el escritorio): Es que no lo entiendo, macho.

Viejo: ¿Qué cosa?

Ariano: Lo de Clara, los subtítulos, las elecciones sensatas…

Viejo (reclinándose): No, claro que no. Vos nunca necesitaste a nadie. Todo confluye hacia vos…

Ariano: Bueno…

Viejo: Yo la necesito a Clara. No me malinterpretes. Más que a nada en el mundo la necesito, no podría pensar en perderla, en no tenerla en mi vida, pero no puedo verla, quererla como se lo merece.

Ariano (reclinándose): Bueno… ¿y vamos a seguir divagando o vamos a hablar de algo interesante? 

Viejo: ¿Qué me querés contar? Ya te veo venir…

Ariano: Bueno, hay una cosa que me anda dando vueltas en la cabeza.

Viejo: ¿No te dije? Si te conozco…

Ariano: Es muy interesante. Por ahí te inspira alguna historia…

Viejo (alzando su vaso en el aire y llevándolo después a su boca, bebe el último sorbo antes de hablar): Ya lo hizo…

Ariano: ...

Viejo (apoyando el vaso sobre el escritorio, inclinándose hacia delante): Contame.

Ariano (inclinándose hacia delante también, haciendo gestos con las manos): Todo empieza por una de esas chucherías con las que vos estás siempre, pero se trata de una pieza muy rara: era el corazón de un autómata. La descubrieron hace poco por algún país de Europa. Parece que la pieza databa del siglo XVIII, cuando un ingeniero, un fanático (bueno, un artista en realidad, para hacerle justicia), cuyo nombre no viene a colación, algo loco y oscuro, decidió construir esa máquina. No era más que algunos pedazos de metal soldados y muchos cables, eh, pero imitaba a la perfección la figura, los movimientos y los gestos humanos. Por supuesto que no tenía voluntad, alma si querés; seguía siendo un pedazo de chatarra, técnicamente. Carecía de la facultad de sentir o emocionarse; aun contando con un corazón fuerte y saludable.

Viejo (sonriendo): ¿Nunca te dijeron que movés mucho las manos cuando hablás?

Ariano: …

Viejo: Dale, seguí.

Ariano: Si querés hablamos de otra cosa.

Viejo: No, no. Me vas a empezar a hablar de Clara y esas cosas…

Ariano: Está bien, sigo… Fijate vos que las emociones, los sentimientos no tienen nada que ver con el corazón, con el músculo en sí mismo: están relacionados a la psiquis, a las redes neuronales. Por más inteligente que sea un mecanismo artificial, no podría acercarse siquiera a la complejidad que representa nuestro cerebro. Pero este autómata tenía una facultad extraordinaria que los que empezaron a investigar en su momento no podían explicarse: hablaba. Y no era solamente eso, no: Daba consejos. La gente que sabía de su existencia, pagaba para poder hablar con esta máquina, le hacía preguntas sobre lo que le depararía la vida, el destino, como quieras llamarle.

Viejo (rascándose la barba): Mirá vos…

Ariano (reclinándose): ¿Y sabés qué es lo mejor?

Viejo: ¿Qué?

Ariano: Siempre daba la respuesta correcta. No se equivocaba. Nunca.

Viejo: …

Ariano (dejando su vaso sobre el escritorio con un golpe seco, inclinándose y apoyando sus codos sobre el escritorio y haciendo gestos con las manos): ¡Daba consejos! Sabios, buenos consejos. ¡Imaginate! ¡Una máquina, unos pedazos de metal unidos por cables, sin alma, sin capacidad emocional, intelectual o intuitiva, aconsejando a unos pobres idiotas desesperados!

Viejo: Me cuesta un poco creerte… todo eso, la historia, digo. ¿De dónde lo sacaste?

Ariano: En principio, fue cuando visité un “Museo de las Ilusiones” en Toulouse, hace tiempo. Ahí estaba el muñeco. Y hace poco me acordé porque hicieron un documental sobre ese y otros temas.

Viejo: …

Ariano: Es extraño, lo sé.

Viejo: Mucho…

Ariano: Muy, querrás decir… Bueno, la cuestión es que pasaron siglos desde los primeros que lo investigaron para entenderlo. De todas formas, es razonable pensar que había algún truco. Y lo hay.

Viejo: …

Ariano: ¿Te lo imaginás? ¿Tenés idea de por qué las personas iban a hablarle, a este autómata?

Viejo (encogiéndose de hombros, agachando su cabeza): Tendría que pensarlo un rato. No vas a tener paciencia…

Ariano: Digo: ¿Cómo es posible que siempre tuviera la respuesta correcta? Siempre. Para cada persona. ¿Cómo puede predecirse eso? ¿Cómo puede ser que no haya fallado aunque sea una sola vez?

Viejo (con la cabeza gacha y jugando con su vaso vacío): Realmente no sabría decirte.

Ariano (apuntando con su índice al Viejo): Sin embargo, hay una respuesta lógica atrás de todo esto. Después de mucho tiempo, llegué a verla. Es tan simple, viejo, tan hermoso todo esto.

Viejo (levantando la cabeza y mirándolo fijamente): Decime entonces…

Ariano (sonriendo): Es la misma respuesta que a otras tres millones de preguntas de la humanidad…

Viejo: ¿Dios?

Ariano (riéndose): No, viejo… Saussure.

Viejo (moviendo la cabeza): Ah…

Ariano (reclinándose, haciendo gestos con las manos): Fijate… En cada pregunta que hacemos, todos, cualquiera de nosotros, ya tenemos una gran parte de la respuesta ahí mismo, en la misma pregunta. No es lo mismo preguntar: ¿Dios existe?, que preguntar: ¿Dios no existe? No es lo mismo preguntarnos: ¿Será verdad tal cosa?, que preguntarnos: ¿Será mentira tal cosa? ¿Te das cuenta? Uno no busca la verdad en las preguntas que se hace, sino que busca un convencimiento, una confirmación de algo que ya intuye o ya da por verdadero, o por falso, pero no tiene el valor de aceptarlo. Uno siempre va a creer lo que esté preparado a aceptar en el momento en el que deba hacerlo, no más. Todas las cosas que sabemos, ya sean muchas, ya sean pocas, sobre el mundo, sobre nosotros mismos, sobre los demás, a lo largo de nuestras vidas, a todas podemos intuirlas, nuestro conocimiento es anterior a nuestra percepción, a nuestra propia aceptación de estas; solamente en el momento en el que estamos preparados para aceptar esas verdades (verdades entre comillas), podemos decir que las sabemos, en ese momento en el que podemos aceptarlas como tales, y nunca en otro, jamás.

Viejo: De todas formas, hubiera sido lindo creer que hay algo de magia en todo eso, en algún lugar de este mundo, en algún momento de nuestra vida.

Ariano: Pero la hay, viejo.

Viejo: Yo no la veo… ni en la historia ni en mi vida…

Ariano: La magia está en el propio engaño al que nos sometemos y no en otra cosa. Fuera la respuesta que fuese, la respuesta siempre iba a ser la correcta. Porque las personas escuchan lo que quieren que les digan, nada más que eso, y también lo interpretan como quieren. La respuesta no importa en realidad. 

Viejo (levantando sus hombros, frunciendo su rostro): ¿No importa?

Ariano: No… ya está todo en la pregunta, en el propio lenguaje. Por eso nunca se equivocaba, es cálculo de probabilidades, matemática. Las respuestas a nuestras preguntas están escondidas en la propia pregunta, en la combinación de las palabras, como sistema de símbolos, asociándolos en contenidos sensoriales. 

Viejo: …

Ariano: Mirá: el lenguaje no es más que un fenómeno de encadenamiento de símbolos, que depende de los propios símbolos y de la actividad humana simbólica. Este ingeniero (ahora ves por qué digo que era un artista, un genio) elaboró un mecanismo que pudiera identificar y diferenciar ciertos símbolos de otros, una descomunal cantidad de símbolos, y así imitar la capacidad humana para utilizarlos, generando diferentes cadenas isotópicas, desde miles de grupos hasta llegar a un mínimo de dos: uno positivo y otro negativo. Sobre la base de esto, el autómata elaboraba la respuesta que resultara satisfactoria a quien fuera que le hablara.

Viejo: Es asombroso.

Ariano (reclinándose, bebiendo el último sorbo de su bebida): Ciertamente.

Viejo (reclinándose también): ¿Sabés cómo se dice en francés: “Te extraño”?

Ariano: ¿Qué?

Viejo: Cómo se dice en francés: “Te extraño”.

Ariano: …

Viejo (haciendo un gesto con las manos): Perdón, te cambié de tema.

Ariano: No, está bien… “Tu me manques”, ¿no?

Viejo: Sí, tiene algo que ver con todo esto de lo que estuviste hablando. Los franceses no tienen en su idioma el verbo “extrañar”. Entonces, dicen así: “Me hacés falta”, y eso es terrible.

Ariano: Bueno, los españoles dicen: “Te he echado en falta”.

Viejo (moviendo la cabeza): Pero no es lo mismo. Eso es lo mismo que decir: “Te extraño”. La cuestión está en el pronombre. Cuando decimos: “Te extraño”, o “te he echado en falta”, la acción recae sobre uno mismo. En cambio, al decir: “Tú me faltas”, recae sobre el otro. Es decir, uno está haciendo responsable al otro de su angustia.

Ariano (sonriendo): Sí, nunca me cayeron bien los franceses.

Viejo: Pero así es como me siento yo. Por eso te digo eso sobre Clara.

Ariano: Sigo sin entenderlo.

Viejo: No quiero sentir esa responsabilidad, de que le falto a otro… Me pesa demasiado.

Ariano: Uh… Pensé que no querías hablar de Clara.

Viejo: Sí, está bien. Dejalo así. ¿Y vos? ¿Tenés alguna pregunta? ¿Alguna pregunta a la que no puedas encontrarle la respuesta? ¿Que no puedas ni siquiera intuirla?

Ariano: … Yo sé que hay una respuesta… pero todavía no sé cuál es la pregunta.

Viejo (sonriendo): Por eso se venden tus libros.

Ariano: …

Viejo: Sos bueno, eh.

Ariano: No… tengo suerte, a veces. Yo no soy escritor ni nada de eso. Soy médico, y me gusta jugar con las palabras.

Viejo: Bueno, es igualmente necesaria la suerte. Yo tampoco me siento escritor; en todo caso, un escribiente. ¿Te la puedo robar? ¿La frase?

Ariano (haciendo un gesto con las manos): Ya es tuya.

Viejo (agachando la cabeza): …

Ariano: Te digo que me siento como los dioses, aunque un poquito… raro… ¿no?

Viejo (dirigiendo su mirada a Ariano, sonriendo): ¿Te metiste otra cosa antes de venir acá?

Ariano (sonriendo): No, no seas pavo, che.

Viejo: Digo nomás.

Ariano: ¿Sabés por qué pienso que no querés estar con Clara ahora?

Viejo (agachando la cabeza otra vez): Ah, volvimos… ¿Por qué?

Ariano (inclinándose hacia delante): Porque no estás enamorado de ella. Quizás la ames, pero no estás enamorado de ella.

Viejo: Puede ser.

Ariano: Y seguís enamorado de Victoria.

Viejo (levantando la mirada): No sé. Era una chica complicada.

Ariano: ¿Quién no lo es, no?

Viejo: Tenés razón.

Ariano: Pero, además, Victoria no existe…

Viejo (reclinándose): No te entiendo.

Ariano: ¿Hace cuánto fue eso ya? Estás enamorado de una imagen, de una idea, tuya, que no es real… Quedaste atrapado en una fantasía, de lo que hubiera sido ella, porque en realidad no lo podés saber.

Viejo (levantando la cabeza): Estuve con ella.

Ariano (haciendo un gesto con las manos): Claro, ya sé, pero por un tiempo, que ya no existe… y te quedaste con eso.

Viejo: ¿Y eso qué cambia?

Ariano: Que quizás ahora sentirías lo mismo por Victoria que por Clara, si te hubieras casado con ella.

Viejo (haciendo una mueca descalificativa): No creo…

Ariano: Vos estás enamorado de lo que nunca va a pasar, porque podés imaginártelo como quieras.

Viejo: …

Ariano (sonriendo): Yo la vi hace poco.

Viejo (inclinándose hacia delante): ¿A Victoria?

Ariano: Sí.

Viejo: Mirá vos…

Ariano: ¿Te puedo confesar algo?

Viejo: Decime.

Ariano: Yo estuve con ella también, un tiempo después que vos…

Viejo: …

Ariano: ¿Te enojaste?

Viejo (encogiéndose de hombros): No, no.

Ariano: Pero ¿ya sabías?

Viejo: Sí, sabía.

Ariano: No fue nada personal, eh. Fue algo que pasó, se dio.

Viejo: Entiendo. No dije nada.

Ariano: …

Viejo: …

Ariano: Si te vas a enojar, decime.

Viejo: No, para nada. Tranquilo. Quería hacerte una pregunta igual.

Ariano (reclinándose): Claro, decime.

Viejo: Esperá.

 

El Viejo abre un cajón del escritorio y saca un arma. Apoya los codos sobre el escritorio, sujeta con las dos manos el arma y la apunta a Ariano. Este se echa para atrás.

 

Ariano (sobresaltado): Pero ¿qué hacés? ¿Te volviste loco?

Viejo (sonriendo): Tranquilo. Es para un efecto dramático, y porque necesito una completa honestidad de tu parte. No te voy a disparar, a menos que me mientas.

Ariano (levantando la mano y poniéndola entre él y el arma): Bajá eso, por Dios.

Viejo: Te pregunto.

Ariano: Bajala.

Viejo: ¿Desde hace cuánto que te estás acostando con Clara?

Ariano (haciendo una mueca con el rostro): ¿Qué…? Te volviste loco… de verdad.

Viejo (arqueando los ojos, molesto): ¿Desde hace cuánto?

Ariano (levantando la voz): No me acuesto con Clara. Bajá eso, por favor.

 

El Viejo baja el arma y la vuelve a guardar en el cajón. Ariano baja el brazo también y se tranquiliza.

 

Viejo (reclinándose): Está bien.

Ariano (haciendo una mueca con el rostro, molesto): ¿De donde salió todo eso? El arma, esa pregunta... 

Viejo (encogiéndose de hombros): Necesitaba una respuesta honesta. Perdoná…

Ariano: Bueno, ahí la tenés.

Viejo: Tendría que haberte disparado…

Ariano: Pero estás desvariando vos. No entendés. No me acuesto con Clara.

Viejo (inclinándose hacia delante): A ver, Ariano. Volvamos a tu cuento del autómata: ¿Qué podés intuir de las palabras que usé para hacerte la pregunta? Yo ya sé que te acostás con ella. Solamente quiero saber desde hace cuánto.

Ariano: …

Viejo: …

Ariano: Seis meses.

Viejo: Bien. Ahora sí.

Ariano: …

Viejo: ¿Y por qué? ¿Pasó, se dio?

Ariano: Nos conocemos de hace mucho. Y está muy sola… No, mirame. Es la verdad.

Viejo: Siempre fuiste un jodido, haciéndote pasar por buen tipo.

Ariano: ¿Y vos sos un santo?

Viejo: Sabés que Clara siempre me dijo que vos eras como un encantador de serpientes… Yo creo que sos la serpiente. ¿Y sabés qué hacen las serpientes?

Ariano: …

Viejo: Cuando se defienden de un posible ataque, levantan la cola, para que parezca su cabeza. Es curioso, ¿no? Por eso vos cada vez que vas a verla a Clara, después venís acá y te quedás conmigo.

Ariano: …

Viejo: ¿Para qué te hiciste amigo mío? ¿Para joderme la vida?

Ariano (reclinándose, haciendo un gesto con la mano, molesto, nervioso): Estás mal…

Viejo (molesto): En serio te digo. Me cagaste la relación con Victoria, para poder acostarte con ella. Y después la dejaste, como si nada. También me jodiste mi relación con mi editora. Y ahora Clara. Y ¿sabés qué es lo peor? Nunca sentís culpa.

Ariano (molesto): ¿Me vas a matar?

Viejo (reclinándose): Tranquilo. Estaba descargada igual. No sé manejar esas cosas.

Ariano: ….

Viejo: Ya estás muerto igual.

Ariano (inclinándose hacia delante): ¿Cómo?

Viejo: Te puse un algo en la bebida. En unas horas te va a dar un paro cardíaco.

Ariano (molesto): ¿Me estás jodiendo? ¿Sabés que soy médico, no?

Viejo (encogiéndose de hombros): … Sí, ya sé… me informé, investigué… Aunque te diga qué es, no podés hacer nada. Yo tampoco…

Ariano: ¿Cuánto me queda?

Viejo: Unas horas, creo.

Ariano (gritando): ¡Hijo de puta! ¿Qué me pusiste?

Viejo: …

Ariano (resoplando y reclinándose, con una mueca de angustia en el rostro): Pero qué basura.

Viejo: ¿Yo…? ¿Qué hacés? ¿Vas a llorar ahora? Deberías igual.

Ariano (inclinándose): ¿Te confieso algo?

Viejo: …

Ariano: Victoria nunca te quiso.

Viejo: Ahí está… Igual, yo aprovecharía lo que te queda.

Ariano: Te lo digo en serio. Me lo dijo ella.

Viejo: …

Ariano (reclinándose, molesto): …

Viejo: Me gusta que hablemos así, por fin.

Ariano: Andate a cagar. ¿Qué me pusiste?

Viejo: Unas flores. Las destilé. Me pasé semanas. No hay vuelta atrás.

Ariano: Sos una basura. Yo no la busqué a ella, vos la abandonaste, hace rato. Abandonaste. Vos te merecés más que yo esto.

Viejo: …

Ariano: ¿Y qué vas a hacer con Clara?

Viejo (encogiéndose de hombros): Clara me necesita, y yo a ella. Ya te lo dije. No puedo vivir sin ella. La amo.

Ariano: Te arrancaría la cabeza, hijo de puta.

Viejo: No te engranes, vas a acelerar el efecto de la droga.

Ariano: …

Viejo: Andá nomás… Seguro querés verla a Clara.

Ariano (mirando alrededor): …

Viejo: Escuchá. Si le contás esto, se va a quedar sola…

Ariano (clavando sus ojos en el Viejo, molesto): Quedate tranquilo. No soy tan jodido.

Viejo: …

Ariano: Estuviste bien, ¿sabés? Probablemente, yo hubiera hecho lo mismo…

Viejo (llevando una mano a su pecho): ¿Sabés que nunca me sentí tan vivo como ahora?

Ariano: Andate a la mierda.

Viejo: Borges decía que la única venganza y el único perdón es el olvido. Supongo que yo quiero vengarme de la muerte, viviendo en el olvido…

Ariano: No tenés idea… Toda tu vida es una declaración de lo contrario: tus libros, tus cacharros, tu matrimonio, todo es una insistencia por permanecer en la memoria de otros.

Viejo: … Puede ser. Nunca lo había pensado así.

Ariano (inclinándose hacia delante, levantando la voz): Y ese miedo que tenés de fracasar en esa insistencia es lo que no te deja avanzar, lo que te hace tan mediocre.

Viejo (sonriendo): Gracias.

Ariano: ¿Por qué?

Viejo: Creo que es la primera vez que tenemos una conversación sincera desde que nos conocemos.

Ariano: Andate a cagar, hijo de puta.

Viejo: …

Ariano: Me sacaste lo único bueno que tiene la vejez.

Viejo: ¿Qué cosa?

Ariano: La demencia.

Viejo: ¿Te parece algo bueno eso?

Ariano: Es la defensa natural que tiene nuestra psiquis contra ese terror a la muerte.

Viejo: …

Ariano: …

Viejo: Tenés razón… Perdoná.

Ariano: Me voy.

 

Ariano se levanta y empieza a caminar hacia el pasillo.

 

Viejo: ¡Espera! Te prendo la luz…

Ariano: Sos gracioso vos…

 

El Viejo toma su bastón y, entre quejidos, lentamente, se levanta y va también hacia el pasillo.

 

Viejo: ¿Estás enojado?

Ariano: ¿Qué te parece?

Viejo (encogiéndose de hombros): Perdoná…

 

Ariano: Dejá. Ya está. Como te dije, probablemente hubiera hecho lo mismo.

 

Se quedan parados en silencio durante unos segundos.

 

Viejo: “Je te vais manquer”.

Ariano: No jodas…

Viejo: Tenía razón Borges… Esto no se siente como una venganza, aunque parezca.

Ariano: Será lo justo… será mejor así. Estamos a mano.

 

El viejo prende la luz.

 

Viejo: Te acompaño...

 

 

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